De una atracción hacia los Himalayas nace nuestro nombre. Las montañas son mágicas y silenciosas, son poderosas y cualquiera que haya observado una gran montaña, habrá notado su magnitud, un cierto respeto al acercarse y coincido con muchos de vosotros si digo que hay cierta sensación especial en el camino hacia la cima. Desde que la observas desde abajo, hasta que miras desde la cumbre hacia donde antes habías estado.
El monte Kailash (Kailāsa) existe. Existe en el Tíbet y es sumamente venerado por miles de devotos que todavía peregrinan hacia el lugar. Muchas son las leyendas que se escriben del monte Kailash, dicen que nunca ha sido escalada, ni siquiera pisada, ocurren un sinfín de historias en esa montaña, casi todos los Dioses del hinduismo han estado allí en algún capítulo de sus vidas y así lo cuentan numerosos textos desde el Mahābhārata, el Rāmāyaṇa o el Shiva Purana.
Se dice que es el lugar de residencia de Shiva y su familia, pero su contenido es mucho más elevado si cabe. El monte Kailash es un templo, es una montaña que contiene en todas sus rocas, la energía de todos aquellos que han llegado hasta ahí para verla y sentirla. Así pues, no solo Shiva sino otras figuras como Milarepa, y grandes maestros budistas decidieron depositar ahí, ese conocimiento, porque es difícil llegar, pero accesible para aquellos que realmente quieran saber. Sadhguru dijo en alguna ocasión que no todos los maestros pueden compartir sus conocimientos ni todo el mundo está preparado para escuchar. Así que encontraban que las piedras y rocas, eran muy receptivas en comparación.
Uno no puede entender el universo sin entender su manifestación más cercana. Y esto es, nuestro propio Ser, esta pequeña pieza de vida que somos nosotros mismos. Ahí dejo de nuevo, otra invitación.
Esto es lo que simboliza nuestro Kailash, y digo nuestro porque, por lo que sea, algo ya os ha traído hasta aquí.
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